lunes, 12 de noviembre de 2018

Resumen de la puesta en común de 'Los tiempos del esplendor' de Lídia Jorge



UN CAMINO HACIA LA ESPERANZA

La última sesión del club de lectura la dedicamos al comentario de Los tiempos del esplendor (La Umbría y la Solana, Madrid, 2017), de la novelista portuguesa Lídia Jorge. La elección de la obra se integra en las actividades organizadas con motivo del proyecto INTRÉPIDA (Internacionalización de las Empresarias de España y Portugal hacia la Inserción, el Desarrollo y las Alianzas), una iniciativa de la Fundación Tres Culturas en el marco del Programa INTERREG España-Portugal. La ocasión nos ha permitido acercarnos a la creación de una importante escritora de nuestro país vecino, cuya literatura, a pesar de la proximidad, no es lo suficientemente conocida en el nuestro. En este sentido se expresó el editor, Fernando Novoa, que conectó con nosotros por videoconferencia, e hizo especial referencia al esfuerzo de la editorial para publicar una colección específica dedicada a la literatura portuguesa con el fin de difundirla entre el público hispanohablante. La calidad de dicha narrativa se pone de manifiesto con la obra de escritoras de la talla de Lídia Jorge, que junto con Agustina Bessa-Luís, entre otros nombres, es en palabras de Novoa, una de las mejores creadoras portuguesas actuales. Por otro lado, tuvimos ocasión de asistir al acto de la presentación del libro, en la sede de la Fundación, donde la autora comentó extensamente su obra y expresó, en relación con ella, su punto de vista sobre la literatura y su función de compromiso con la realidad. Además, la playlist inspirada en su última publicación, parte de piezas musicales especialmente seleccionadas por la novelista.

CLAVES PARA UNA LECTURA INTENSA

La publicación se compone de nueve relatos, entre los que se intercalan ilustraciones de Arturo Revuelta. El título original, O amor en Lobito Bay, que se corresponde con el primero, ha sido sustituido en la traducción española por el que da nombre al tercero de la serie, debido a una decisión editorial probablemente motivada  por criterios comerciales y también por al gusto personal del editor, que nos comunicó su preferencia por esta narración.

La lectura resultó del agrado de la mayor parte de los participantes en la sesión. Se destacó la capacidad de la obra para conmover y conmocionar, con calificativos tales como imaginativa, sorprendente, inquietante, estremecedora..., expresiones que ponen de manifiesto una experiencia lectora marcada por momentos de elevada intensidad. ¿De qué modo las historias pueden atrapar así al lector? La respuesta a esta cuestión ha de ser forzosamente compleja.

En primer lugar, debemos considerar que junto  con la diversidad de espacios y tiempos, y de la variedad de personajes y circunstancias, la obra de Jorge trata de temas universales que afectan a lo humano. Son historias que, aunque ubicadas en lugares y tiempos concretos, pueden extrapolarse al ámbito universal de la experiencia social e histórica. Junto a esta universalidad, los relatos se abren, además, a la esperanza: "en la imperfección humana hay un final de salvación", afirma la escritora en una reciente entrevista. En este sentido, su presencia como autora implícita es evidente en las distintas narraciones que constituyen el conjunto, mediante elementos discursivos en los discursos del narrador o de ciertos personajes. La escritora, además, puso de manifiesto este punto de vista en la presentación de su libro. Destaca por tanto esa visión nítidamente humana, esperanzadora, pues en el conjunto de los relatos, aun en los más oscuros, existe una posibilidad de redención para los personajes. En este sentido de integridad referido, determinados valores, constituyentes culturales de la naturaleza humana, emergen temáticamente a lo largo de las narraciones, frecuentemente en dicotomía con sus opuestos: el poder del amor y de la compasión frente a la barbarie y la coerción, o la ingenuidad frente a la crueldad ("El amor en Lobito Bay", “Pasaje para Marion”…); el remordimiento como permanente purga (“Overbooking”); la infancia, bien como paraíso sublimado, bien como refugio maravilloso o como espacio vital donde tiene cabida lo extraordinario ("El amor en Lobito Bay", “Imitación del Éxodo”, “Los tiempos del esplendor”); la soledad inconsolable (“Dama polaca volando en limusina negra”); la capacidad del mágico discurso infantil para superponerse al discurso racional de la memoria que el adulto pretende imponer (“Imitación del Éxodo”); el juego de la destreza mental, de la sagacidad, en un episodio en clave humorística en que dos inteligencias se enfrentan en el campo de una de ellas, y con semejantes armas, para poner de manifiesto, en una conclusión que se deja al lector, cómo la ingenuidad puede ser objeto de manipulación (“Nuevo Mundo”)…

Por otro lado, existe en los relatos un espacio narrativo que interactúa con los personajes, un espacio producto de una poderosa y eficaz creación poética capaz de dar vida a un universo de ficción, en el que el lector puede reconocer localizaciones reales, aunque transformado por la acción de la palabra, obvio en algunas ocasiones, como en “El amor en Lobito Bay” o en “Un río llamado mujer”, aunque sin una concreción geográfica evidente en otros relatos. Es el caso que mediante la palabra poética, la narradora sumerge al lector en un mundo con connotaciones legendarias, aparentemente fantásticas y existentes en una tradición literaria; una capacidad para imaginar míticos mundos posibles que nos recuerdan pasajes de algunas obras de García Márquez, pero que pronto alcanzan su dimensión real en el desarrollo de la historia y nos muestra, por ejemplo, los horrores de la guerra de Angola y sus consecuencias (“El amor en Lobito Bay”) o desvela el espacio, en este caso africano, como configurador de una identidad racial que actuará violentamente contra lo percibido como diferente (“Overbooking”). En suma, mundos que a la postre nos referencian y ponen al desnudo mundos factuales, evidenciando las contradicciones, miedos e incertidumbres a los que nos enfrenta la realidad al hacernos transitar la ficción fuera de nuestra zona de bienestar.

Pero este desasosiego a que nos referíamos al principio no sería posible sin el suspense (“Qué sería de la vida sin el estremecimiento del suspense”, afirma la narradora en el relato “Nuevo Mundo”), un suspense pertinentemente dosificado a lo largo de los cuentos, de tal modo que el devenir de la historia va mostrándose a la mirada del lector siguiendo una pauta hábilmente determinada. Una habilidad, producto de la configuración de una instancia narrativa diversa y poliédrica que constituye también uno de los logros fundamentales de la obra, al ser, además, un sobresaliente ejercicio literario: narradores adultos, narradores niños, narradores en segunda persona, narradores testigo de los acontecimientos, protagonistas de los hechos… En casi todos los relatos, además, el narrador comparte su historia con un oyente, en algunos casos anónimo, al que va desgranando una información de la que el lector participa a la vez que el interlocutor. Por esta razón, ese ejercicio comunicativo involucra a su vez al lector, que a la vez que va descubriendo los entresijos de la trama, se encuentra interpelado e implicado indirectamente en la historia, de modo que su juicio acerca de los acontecimientos narrados se hace inevitable.

El pan con que Fidel Pernía nos obsequió en esta ocasión, con una base de chocolate con higo, recoge simbólicamente, mediante las cualidades de los ingredientes seleccionados, ciertos aspectos de la narrativa comentada. La época colonial de Portugal aparece representada por el higo, cuyas plantaciones son tan abundantes en el país, y por el chocolate amargo junto con la canela, la vainilla y la pimienta, que se relacionan con circunstancias y matices del periodo de las colonias. En su conjunto, como nos comunica Fidel, las sociedades se corrompen, y existen cadenas difíciles de romper, pero tal como ocurre en los relatos de Lídia Jorge, a pesar de la crudeza de lo narrado, de lo desasosegante de las historias, existen caminos hacia la luz, a la esperanza, incorporados en el pan por el contraste que aporta la vainilla.

Federico Ruiz Rubio. Tres con Libros

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