Una lectura intensa y debatida

Al comienzo, tuvimos ocasión de conversar con Miguel Lázaro, editor de Cabaret Voltaire, mediante videoconferencia. Tras explicar el proceso de selección y concesión del Premio Goncourt, Lázaro nos comunicó que los contactos con la escritora y la decisión de publicar la novela en español fueron previos a la adjudicación del galardón. Otras obras suyas anteriores a la que hoy debatimos, como el ensayo Sexo y mentiras, y la que fue su primera novela, El jardín del ogro, saldrán a la venta en España el año próximo bajo el sello de esta misma editorial. Miguel Lázaro nos hizo partícipes de algunos aspectos de la biografía de la autora y de la propia novela, en respuesta a las preguntas de los lectores.
A lo largo de la puesta en común se puso de manifiesto el formato adoptado por la editorial, en aspectos tales como las dimensiones del libro, el papel empleado o la tipografía, muy del gusto de los asistentes en cuanto a una satisfactoria experiencia lectora. También llamó la atención el diseño de cubierta, a partir de una oportuna imagen de Gail Albert Halaban, seleccionada de su Series Out my Window.
Un certero análisis psicológico

También se comentó el uso del tiempo presente en la narración, que apunta a un propósito semejante, al actualizar el tiempo de los hechos narrados al tiempo de la lectura, de modo que el lector vive en ese mismo presente el devenir de unos acontecimientos que sabe, sin embargo, que se refieren a un pasado de la historia, pues la conclusión ya le fue desvelada. Con estos recursos, junto con la pertinente selección de acontecimientos que constituyen la trama, y las retrospecciones que nos narran hechos del pasado necesarios para la comprensión del conjunto, no ha de sorprendernos que la lectura de la novela resulte intensa.
Se puso de relieve el magnífico análisis psicológico de Louise, la niñera, que recuerda las películas de Roman Polanski, en la descripción del deterioro del personaje hasta el desenlace. En efecto, Louise se nos muestra como una persona egoísta y solitaria que se ampara en la familia que contrata sus servicios de cuidadora, confundiendo la relación profesional con sus deseos de integración familiar, de su búsqueda de afecto y reconocimiento. Se trata de un personaje de tensión contenida, que posee una intensa violencia interna. Es rígida, perfeccionista, maniática. Pero también es víctima de sus circunstancias vitales, tal vez fruto de decisiones equivocadas. A lo largo de su vida conoció permanentemente el desamor, tanto de su pareja como de su hija, que la abandonan. El relato nos da cuenta de la miseria económica en que se desenvuelve, acosada por el casero, que reclama el pago del alquiler, atosigada por el impago de multas e impuestos, sobreviviendo a duras penas en una vivienda deteriorada, desordenada y sucia, en contraste con la perfección con que cuida las casas ajenas, en las que trabaja. Todo esto justificaría el afán del personaje en crear nuevos contextos vitales para su existencia. Pero la realidad choca con ese deseo. Se trata un personaje permanentemente desubicado.
Diagnosticada de melancolía delirante, una de las depresiones más graves, de la que incluso da muestra su extrema delgadez, se sugirió que tal vez al matar a los niños, buscara que Myriam se quedara nuevamente embarazada, lo que vendría a demostrar que Louise ha cortado fatalmente, en el desenlace, los lazos con la realidad. En efecto, el deterioro del personaje se muestra escalonadamente mediante la selección de episodios cada vez más en los límites. El de la coraza del pollo, que Louise presenta descarnada, pulida, y que tanto llega a alarmar a Myriam, es un trasunto, ya casi al final de la novela, del descarnamiento interior de Louise.
Las causas de la acción terrible de la niñera, además de indagarlas en su biografía, habría que buscarlas en la soledad del personaje, en su carencia afectiva, en la certeza de que la familia en la que había deseado, e intentado, integrarse como un miembro más, prescindiría de ella en el momento en que los niños asistieran al colegio.. Y sorprende, con todos los sucesos previos al crimen, que ni Myriam ni Paul reaccionaran despidiendo a la niñera. Tal vez la dedicación intensa al trabajo, y el delegar ciertas responsabilidades de la crianza a un tercero, justifiquen el no haber tomado esa decisión antes de que ocurriera lo inevitable.
El sentimiento de culpa como telón de fondo
Se trata de una historia cruel, que remueve internamente al lector. Late en el fondo el sentido de culpa experimentado por muchas madres al dejar a sus hijos en manos ajenas. Como consecuencia, se comentó el papel de las niñeras en general, que crían niños de otras mujeres hasta que crecen, rompiéndose normalmente la relación establecida.
La novela no ofrece soluciones directas a los problemas planteados, más bien proyecta cuestiones y dudas al lector, que ha de buscar sus propias respuestas. Sobre las relaciones de pareja, sobre el rol del hombre y la mujer en la convivencia y en el proyecto de vida que se emprende en común, sobre la decisión de tener hijos y cómo atenderlos y enfrentar la fase que se abre con la nueva situación, sobre cómo interactúan empleadores y empleadas cuando surgen problemas que superan el ámbito de los compromisos domésticos adquiridos… En este sentido, Louise experimenta serios problemas vitales, no solo los que atañen a su compleja psicología, sino los referentes a su subsistencia más básica. Sin embargo, ni Myriam ni su marido parecen conscientes de esas dificultades.
Y, tras la lectura, llegamos a preguntarnos si es necesaria la muerte de los niños en la historia, el sacrificio de inocentes desprotegidos, víctimas sin más. Sin embargo, hemos de tener en cuenta que nos encontramos ante un relato literario, una ficción, que aunque verosímil y basado en hechos documentados, pone al descubierto aspectos de la realidad que el lector puede recomponer. Y es aquí donde sería posible una interpretación de la novela como una crítica frontal a los fundamentos de la sociedad patriarcal. Aunque el punto de vista del lector tiene su razón de ser en la relación que éste entabla con la obra, a veces no coincidente con la intención del autor, en este caso el pensamiento de Slimani, reivindicadora de los derechos de la mujer, según puso de manifiesto en la presentación de la novela, coincide con esta interpretación.
La historia parte de una situación inicial, en la que encontramos una pareja con hijos pequeños con los roles tradicionales perfectamente repartidos: el marido, que trabaja y aporta el sostén económico, y la esposa, que cuida de la casa y los niños. Este equilibrio se rompe cuando Myriam, insatisfecha con la vida que lleva, decide trabajar como abogada, con la inicial oposición de Paul. Para ello delega la responsabilidad del cuidado de los hijos en otra mujer, curiosamente víctima a la vez de sus circunstancias vitales. El hecho espantoso con que culmina la historia no habría tenido lugar si la situación inicial, el reparto de roles, no se hubiera modificado, pues todo ocurre a partir de la decisión de Myriam.
Es la plasmación poética del sentimiento de culpa, convertido en argumento y materia literaria, que tantas mujeres arrastran al considerar que tal vez no están dedicando a sus hijos el tiempo que supuestamente deben dedicar. El desenlace representaría, en términos artísticos, la consecuencia, hiperbolizada, de la transgresión de uno de los postulados de la sociedad patriarcal, arraigada en la conciencia social.
Somos, en fin, conscientes de que nos encontramos ante una obra que admite interpretaciones y matices diversos, según las lecturas y los lectores que aborden sus páginas, poniéndose de manifiesto la importancia del lector en la interpretación, y la riqueza que supone compartir la experiencia de lectura.
…Y otros sabores, para terminar
Y junto al pan, nuestra compañera Ana María Pérez Vega preparó una mermelada de naranja amarga, con los sabores que le evoca la lectura. Identifica el personaje de la niñera con el azahar, flor tan apreciada por su estética como por su perfume y origen de la naranja, en cuanto a la primera impresión que causa a Myriam. Tanto los roles de cada protagonista al comienzo de la narración como la relación dulce que se establece con los niños, la llevaron a elegir este tipo de mermelada, amarga por los acontecimientos desagradables que se suceden a lo largo de la lectura y su amargo final, como el sabor que permanece al degustarla.
Federico Ruiz Rubio. Tres con Libros.
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