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Olga Cuadrado, Leila Slimani y Malika ämbaren. Embajada de Francia en Madrid. |
Ante todo, debo decir que
fue la primera vez en mi larga trayectoria como traductora (desde los años
ochenta) que decidí no leer previamente el original e ir
descubriendo/traduciendo el primer borrador a la vez que iba leyendo.
Lo verdaderamente
interesante de esta novela es la complicidad que se establece con el lector,
que desde las primeras páginas ya sabe lo que va a ocurrir; y, pese a todo, la
autora ha sabido mantener la tensión de principio a fin.
“Contar es encantar”,
decía Gabriela Mistral. Y eso es lo que hace Leila Slimani, con enorme
talento.
Se sabe que en toda
traducción hay pérdidas.
En este texto,
concretamente, al pasar al castellano, se pierden fundamentalmente los
sonidos. Si nos fijamos en la banda sonora que Olga Cuadrado ha elaborado
para el Club de Lectura, hay varias canciones infantiles, sugeridas en el
texto, empezando por el propio título, que, traducidas, no dicen nada al lector
en español.
En la presentación del libro
en Madrid, alguien me comentó que por qué no había traducido la mención a la
canción “Une souris verte” (una ratita verde) por “Susanita tiene un ratón…” Me
quede callada, pues no tenía mucho tiempo para aclararle que esa opción de
familiarizar era totalmente inadecuada, pero pensé para mis adentros (quizá se
me notó la sonrisita irónica) : “Pues vaya ganga habría sido la de la niñera
Louise: no solo sabe cocinar, cuidar a los niños, arreglar la casa, hacer horas
extra sin cobrarlas, sino que también sabe español… y enseña a Mila y a Adam canciones
españolas… mientras los baña… estos niños parisinos hasta conocen a Gabi, Fofó
y Miliki…
Los traductores somos
conscientes de que hay que tener mucho cuidado entre las dos estrategias de
traducción: extranjerización y familiarización; y dosificarlas.
El traductor asume, pues,
que habrá pérdidas… pero también ganancias.
En esta traducción, la
principal ganancia proviene del genio de la propia lengua española: los
diminutivos. Un texto con unos niños, una niñera, con el parquecito
infantil como escenario recurrente, con los sentimientos de esas mujeres
emigradas lejos de su familias, con esa personalidad de Louise que a veces
inspira compasión pese al asesinato que ha cometido, con el dolor/angustia de
los padres…. Todos esos sentimientos se transmiten mejor con ayuda del
diminutivo español, que en francés necesita un apoyo (se debe añadir “petit”,
pequeño). En español, los sufijos del diminutivo introducen enseguida la
ternura, la pequeñez: lagrimitas, amiguitos, abriguito, montoncitos de espuma,
peinaditos, etc. Y, a su vez, los diminutivos me permitieron introducir el tono
coloquial que por momentos tiene la voz narradora. Son diminutivos que, a veces,
no están en el original, pero compensan las pérdidas que ha habido en otro lado.
Sin olvidar, también, que hay que dosificarlos.
Traducir es una experiencia muy enriquecedora, te pone a prueba
constantemente, te pone a ti mismo ante el espejo: lo que está diciendo el
autor lo estoy escribiendo yo, con mi voz. Se confía en mí, para que sea fiel a
sus palabras.
Disfruto mucho con la traducción porque amo la literatura.
Y con Canción dulce, pese a la dureza del argumento, me lo pasé
muy bien: por la genialidad del estilo de Leila Slimani, por su sensibilidad, por
la hondura psicológica de los personajes; y me imagino que vosotros, los
lectores de este Club de Lectura, descubriréis, juntos, muchos más motivos.
Espero que hayáis disfrutado, como yo, de la lectura de Canción dulce.
Malika
Embarek López
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